miércoles, 24 de agosto de 2011

¿Es bueno ser optimista en tiempos de crisis?

Los trabajadores deben contemplar el optimismo como algo fundamental en su trayectoria laboral. Entendiendo éste como el deseo de ver el futuro de forma positiva independientemente de las circunstancias.
Un trabajador optimista tiende a hacer juicios más benévolos. Además, genera formas de pensamiento más flexibles, suele ser más creativo, y también tarda menos en tomar decisiones. Y lo más importante, suele estar mucho más motivado. Esto es así, porque los trabajadores con esta actitud suelen ponerse retos alcanzables con expectativas positivas. Con lo cual, toda su conducta biológica, psicológica y sociológica está orientada a conseguir esos retos.
En tiempo de crisis, donde todo parece más oscuro, adquiere mayor importancia el ser optimista, siempre y cuando no se haga la típica asociación del optimismo con la ingenuidad.
El optimista no debe ser visto como alguien que no piensa, o que “se deja llevar por la corriente”. No se trata de hablar del “optimismo ingenuo” que en términos laborales se asociaría al trabajador que está considerado como una “bella persona”, “bondadoso”, pero “con poca madera de líder”. No se trata de este tipo de empleado. Todo lo contrario, un profesional optimista es alguien que se crece ante las adversidades y que se ilusiona con las diferentes opciones que se le plantean.
El optimismo tiene que ver sobre todo con conductas proactivas, es decir, anticipatorias o preventivas, orientadas a la solución de problemas. De ahí la importancia en la toma de conciencia por parte del trabajador. Es más, este debería ser un principio básico en el mundo laboral: ser optimista.
El trabajador optimista tiene que tener como acompañante de viaje a la inteligencia. Sin esta compañía, el optimismo se puede entender como el filtro o las gafas positivas que lo ven todo de color de rosa. Y, por supuesto, eso es algo que hoy en día no se puede permitir. Se premian las buenas decisiones, no las buenas intenciones.
Tal y como dijo Viktor Frankl, “para vivir la vida hay que dotarla de sentido”. El pesimista no es capaz de darle sentido a la vida. El pesimista, o “persona gris”, está muy asociado a un estado de tristeza continuo. La tristeza hace que la inactividad se convierta en una forma de vida, provocando una situación de desánimo. De hecho, la emoción más invasiva y paralizante que genera incapacidad de lograr metas u objetivos es precisamente la tristeza. Al contrario de lo que ocurre con la felicidad, que ha sido descrita como la consecución de los objetivos que una persona valora. También llamada por Maslow “auto-realización”.
El profesional positivo es alguien que valora la felicidad laboral y pone el foco en esa sensación, la reconoce, la aprecia y se acerca siempre que puede a ese estado emocional. Además, aprende continuamente buscando nuevas fórmulas para estar siempre en ese estado de felicidad. Por lo que todo su esfuerzo y energía está encaminado a esa búsqueda. De hecho, no es tarea fácil estar continuamente atento, pero el esfuerzo merece la pena, ya que es muy gratificante cuando se consigue ese estado de ánimo.
Shelley Taylor en 1991 presentó las consecuencias favorables de las emociones positivas en el campo de la motivación laboral, que consistían en saber elegir adecuadamente la tarea que se va a desempeñar, mantener constante la motivación para realizarla y tener una cierta organización para llevarla a cabo.
En definitiva, se trata de disfrutar lo máximo posible del día a día, y eso requiere un esfuerzo para poder conseguirlo. En tiempo de crisis con mayor motivo el esfuerzo vale la pena… ¿no lo creen?
Fuente: Expansión

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